
El Otoño Del Patriarca / The Autumn Of The Patriarch, De García Márquez, Gabr. Editorial Vintage Espanol, Tapa Blanda En Español, 2010
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Lo que tenés que saber de este producto
- Año de publicación: 2010
- Tapa del libro: Blanda
- Novela.
- Número de páginas: 304.
- ISBN: 09780307475763.
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Características del producto
Características principales
Título del libro | El Otoño Del Patriarca / The Autumn Of The Patriarch |
---|---|
Autor | García Márquez, Gabr |
Idioma | Español |
Editorial del libro | Vintage Espanol |
Tapa del libro | Blanda |
Año de publicación | 2010 |
Otros
Cantidad de páginas | 304 |
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Tipo de narración | Novela |
ISBN | 09780307475763 |
Descripción
El Otoño Del Patriarca" es una de las novelas más importantes escritas por Gabriel García Márquez, que todos deben leer. Gabriel García Márquez, nacido en Colombia, fue una de las figuras más importantes e influyentes de la literatura universal. Ganador del Premio Nobel de Literatura, fue además cuentista, ensayista, crítico cinematográfico, autor de guiones y, sobre todo, intelectual comprometido con los grandes problemas de su tiempo, en primer término con los que afectaban a su amada Colombia y a Hispanoamérica en general. Máxima figura del realismo mágico, fue en definitiva el hacedor de uno de los mundos narrativos más densos de significados que ha dado la lengua española en el siglo XX. Entre sus obras más importantes se encuentran las novelas "Cien años de soledad", "El coronel no tiene quien le escriba", "Crónica de una muerte anunciada", "La mala hora", "El general en su laberinto", "El amor en los tiempos del cólera", "Memoria de mis putas tristes", el libro de relatos "Doce cuentos peregrinos", la primera parte de su autobiografía "Vivir para contarla", y sus discursos reunidos "Yo no vengo a decir un discurso". Falleció en 2014.
Durante el fin de semana los gallinazos se metieron por los balcones de la casa presidencial, destrozaron a picotazos las mallas de alambre de las ventanas y removieron con sus alas el tiempo estancado en el interior, y en la madrugada del lunes la ciudad despertó de su letargo de siglos con una tibia y tierna brisa de muerto grande y de podrida grandeza. Solo entonces nos atrevimos a entrar sin embestir los carcomidos muros de piedra fortificada, como querían los más resueltos, ni desquiciar con yuntas de bueyes la entrada principal, como otros proponían, pues bastó con que alguien los empujara para que cedieran en sus goznes los portones blindados que en los tiempos heroicos de la casa habían resistido a las lombardas de William Dampier. Fue como penetrar en el ámbito de otra época, porque el aire era más tenue en los pozos de escombros de la vasta guardia del poder, y el silencio era más antiguo, y las cosas eran arduamente visibles en la luz decrepita. A lo largo del primer patio, cuyas baldosas habían cedido a la presión subterránea de la maleza, vimos el retén en desorden de la guardia fugitiva, las armas abandonadas en los armarios, el largo mesón de tablones bastos con los platos de sobras del almuerzo dominical interrumpido por el pánico, vimos el galpón en penumbra donde estuvieron las oficinas civiles, los hongos de colores y los lirios pálidos entre los memoriales sin resolver cuyo curso ordinario había sido más lento que las vidas más áridas, vimos en el centro del patio la alberca bautismal donde fueron cristianizadas con sacramentos marciales más de cinco generaciones, vimos en el fondo la antigua caballeriza de los virreyes transformada en cochera, y vimos entre las camelias y las mariposas la berlina de los tiempos del ruido, el furgón de la peste, la carroza del año del cometa, el coche fúnebre del progreso dentro del orden, la limusina sonámbula del primer siglo de paz, todos en buen estado bajo la telaraña polvorienta y todos pintados con los colores de la bandera. En el patio siguiente, detrás de una verja de hierro, estaban los rosales nevados de polvo lunar a cuya sombra dormían los leprosos en los tiempos grandes de la casa, y habían proliferado tanto en el abandono que apenas si quedaba un resquicio sin olor en aquel aire de rosas revuelto con la pestilencia que nos llegaba del fondo del jardín y el tufo de gallinero y la hedentina de boñigas y fermentos de orines de vacas y soldados de la basílica colonial convertida en establo de ordeño. Abriéndonos paso a través del matorral asfixiante vimos la galería de arcadas con tiestos de claveles y frondas de astromelias y trinitarias donde estuvieron las barracas de las concubinas, y por la variedad de los residuos domésticos y la cantidad de las.
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